Uno de los pilares fundamentales de la democracia reposa en la educación. Los ideólogos de nuestro sistema, los griegos y los ilustrados del XVIII, tuvieron muy claro que, sin una educación que inculcara los valores del bien común y la conciencia de la responsabilidad compartida, sería imposible que cualquiera de sus reformas pudiera consolidarse.
A lo largo de estos siglos la educación ha sido un instrumento para el ascenso social e, incluso durante ciertos periodos y en ciertas regiones, una apuesta decidida hacia el saber y la verdad
Observo con tristeza las escuelas de hoy: llenas de alumnos que no quieren estudiar y de profesores exhaustos de enfrentarse a molinos; no me refiero a los alumnos: los alumnos son sólo el producto más a flor de piel, la materia prima más maleable de las que manejamos. Los chicos reproducen las aspiraciones que en ellos sembramos, explotan con la ira que sienten en nosotros, se duermen en nuestra siesta frente al televisor.
Padres, profesores -ciudadanos, en incluyo a todos- que no eduquen a sus jóvenes para que defiendan y mejoren el sistema que nos ha proporcionado, entre otras cosas, sanidad y escuela gratuita, derechos laborales y universales(cada vez más amenazados), estarán colaborando a que su obra y la de sus padres caiga pronto en ruinas,quizás más pronto de lo que pensamos, en generaciones que llegaremos tristemente a conocer.
Algo debemos estar haciendo mal. El todo vale no puede valer, no puede plantearse una educación en democracia como única labor de los docentes.Es responsabilidad de nuestros gobernantes considerar las consecuencias que tendrán sus decisiones y sus actos en la imagen que de la democracia adquieran nuestros jóvenes. Y es nuestra responsabilidad recordar a unos y a otros la esencia y el fin de nuestra democracia.
La educación, repito, no pueder ser el problema de los profesores y los padres: será, más antes que después, el de todos nosotros, porque cuando alguien, y sobre todo un joven, reniega de la democracia está renegando también de ti y de mí.
SD
A lo largo de estos siglos la educación ha sido un instrumento para el ascenso social e, incluso durante ciertos periodos y en ciertas regiones, una apuesta decidida hacia el saber y la verdad
Observo con tristeza las escuelas de hoy: llenas de alumnos que no quieren estudiar y de profesores exhaustos de enfrentarse a molinos; no me refiero a los alumnos: los alumnos son sólo el producto más a flor de piel, la materia prima más maleable de las que manejamos. Los chicos reproducen las aspiraciones que en ellos sembramos, explotan con la ira que sienten en nosotros, se duermen en nuestra siesta frente al televisor.
Padres, profesores -ciudadanos, en incluyo a todos- que no eduquen a sus jóvenes para que defiendan y mejoren el sistema que nos ha proporcionado, entre otras cosas, sanidad y escuela gratuita, derechos laborales y universales(cada vez más amenazados), estarán colaborando a que su obra y la de sus padres caiga pronto en ruinas,quizás más pronto de lo que pensamos, en generaciones que llegaremos tristemente a conocer.
Algo debemos estar haciendo mal. El todo vale no puede valer, no puede plantearse una educación en democracia como única labor de los docentes.Es responsabilidad de nuestros gobernantes considerar las consecuencias que tendrán sus decisiones y sus actos en la imagen que de la democracia adquieran nuestros jóvenes. Y es nuestra responsabilidad recordar a unos y a otros la esencia y el fin de nuestra democracia.
La educación, repito, no pueder ser el problema de los profesores y los padres: será, más antes que después, el de todos nosotros, porque cuando alguien, y sobre todo un joven, reniega de la democracia está renegando también de ti y de mí.
SD